¿De dónde surge la idea de esta autobiografía a cuatro dedos?
Durante una de mis visitas a la ciudad de México, tuve oportunidad de desayunar una mañana con Eduardo Mejía quien acababa de publicar un libro sobre Gabriel Zaid, más bien una antología. Conversamos animadamente y poco después yo regresé a Bloomington, Indiana, que es donde vivo. Ya en casa unos días después recibí un correo electrónico de Eduardo, que es más o menos el primer capítulo de El Juego de las sensaciones elementales. Me contaba el recorrido que hacía para ir a una oficina que compartimos durante algunos años, las calles que recorría y un sin fin de nimiedades que me dio mucho gusto evocar. Entonces le propuse que hiciéramos un libro para reconstruir esa época, esos años en esa oficina que se llamaba Equipo Creativo, adonde hicimos tantos trabajos supuestamente importantes. Muy poco tiempo después yo hice mi capítulo, y luego él otro, y yo otro. Esto planteaba un problema estructural que me resultaba interesante. La narración siempre se dirige a un narratario, es decir alguien a quien está destinada. Así los capítulos que escribía Eduardo me los dirigía a mí, y los que yo escribía se los dirigía a él que no dudaba en hacerme correcciones y rectificaciones, ya que su memoria es realmente excepcional. Cuando avanzamos un poco en ese proyecto, que duró unos meses, Eduardo me dejó a mí la opción de titular los capítulos, así como el libro en su totalidad. Y ya el libro en pruebas finas él me sugirió subtitularlo Autobiografía a cuatro dedos, porque ambos escribimos ahora en las computadoras con sólo dos dedos. Lo que llamo “sistema bíblico”, es decir, busca y encontrarás. Yo empecé a publicar artículos en los periódicos a los 10 años de edad y desde entonces no he dejado de escribir, por lo que nunca tuve o no quise perder ese tiempo de escritura, intentando escribir con todos los dedos. Me imagino que la historia de Eduardo debe ser similar. Aunque debo señalarte que casi toda la gente que me ha visto escribir con el dedo índice de la mano derecha, se sorprende de la velocidad que alcanzo al recorrer el teclado, usando sólo el índice de la mano izquierda para las “a, q, s, z y ocasionalmente la e”, además de la tecla de mayúsculas.
¿Qué intenta expresar el título de la obra?
La historia que contamos es una historia de encuentros felices, con el trabajo realizado, con los amigos, con la comida, con los proyectos, con las amadas mujeres. Se cuentan unos años, o meses de felicidad y desencuentros, pero donde todos los que intervienen tienen el deseo de hacer cosas. Las maneras de fracasar son múltiples, como las maneras de triunfar. Lo espantoso sería que no pasara nada. Lo que más tememos como seres humanos en una anestesia afectiva. Lo bueno y lo malo que nos sucede son las sensaciones elementales, y la vida es un juego ¿o no?
¿Hubo algún acuerdo para que Eduardo Mejía narrase en segunda persona y tú en primera? ¿Por qué ese recurso?
En realidad no hubo ningún acuerdo. Así fue desarrollándose. Y lo extraño es que yo ni siquiera me había dado cuenta, hasta ahora que tú lo señalas. Cada capítulo que me mandaba Eduardo me hacía evocar otros acontecimientos que yo me apresuraba a contar. Más o menos hacíamos un capítulo cada uno de nosotros por cada semana. Y si bien yo abolí la puntuación o cambié todos los signos gramaticales por comas, Eduardo siguió una puntuación ortodoxa, tradicional. Ocasionalmente él se adelantaba, o yo, y teníamos tres capítulos sin respuesta, pero pronto nos alcanzábamos, yo en Bloomington, Indiana y él en ciudad de México.
¿Por qué un escritor joven y afamado decide editar una revista para caballeros y que aprendizaje vital e intelectual obtuvo de la experiencia?
Pienso que un escritor es sólo escritor mientras escribe, y el resto del tiempo puede tener una tienda de granos, como tenía Jaime Sabines, o un puesto diplomático, como tantos destacados intelectuales de nuestro país. A mí me gustan mucho las revistas. Colecciono muchas, leo muchas, y sueño con seguir haciendo revistas, diagramándolas, planeando su distribución y sigo haciéndolas. ¿Conoces Transgresiones? Es mi más nuevo proyecto, aunque también estoy por publicar una revista virtual. Este es un espacio muy corto para desarrollar qué aprendizaje vital e intelectual obtuve de esa experiencia, resultado que se puede más o menos leer en la novela que nos ocupa, pero además de la interacción con admirables personas, y un conocimiento pormenorizado de muchos aspectos de la historia, la sociología, la antropología, la economía, la literatura y la fotografía y el dibujo en México, indudablemente marcó mi carácter y mi manera de ser hasta nuestros días, 35 años después de los acontecimientos narrados.
Señalas en tu libro que siendo Octavio paz embajador en la India, ibas a recogerlo al Hotel María Cristina, casualmente el mismo adonde te hospedas cuando vienes a México. ¿Te transmitió Paz ese hábito? ¿Lo recuerdas cuando estás ahí?
El hotel María Cristina es un lugar preferido por los intelectuales. Ahí he ido a recoger o a visitar a personajes como Graham Greene, Malcolm Muggerige, Alain Robbe-Grillet, Michel Butor, Gunther Grass, Enrique Pezoni, Italo Calvino, Manuel Mujica Láinez y muchos otros. En estos últimos años he coincidido ahí muchas veces con Sergio Pitol y con muchos buenos amigos académicos de universidades norteamericanas y europeas. Es un hotel pequeño, amable, con un bello jardín y un espléndido y sabroso restorán. Además por sus dimensiones parece un hotel europeo. Tiene una bella escalera, y el personal es casi el mismo que había hace 35 años, y para ahora somos grandes amigos. A Octavio Paz lo traté mucho, pues éramos casi vecinos, vivíamos a cuatro calles de distancia y él no tenía coche, así que yo lo llevaba a sus conferencias en el Colegio Nacional, o al Fondo de Cultura o adonde tuviera que ir, y comíamos juntos una vez por semana como mínimo. Recuerdo a Octavio casi todos los días de mi vida, no sólo cuando estoy en el hotel María Cristina. Su lección es imprescindible y la mayor parte de su trabajo es contundentemente vigente.
Ese proyecto en efecto data de esa época. Fue entonces cuando Elenita hizo las entrevistas con Demetrio Vallejo que la trastornaron más de la cuenta. Yo le presté el libro Juan del Riel, de José Guadalupe de Anda, que es una de las primeras novelas de ferrocarrileros, y discutimos mucho José Trigo, que tiene dos excelentes capítulos sobre el mismo tema. En esa época Elena me invitaba a comer a su casa, que estaba muy cerca de Ciudad Universitaria, y pasábamos sobremesas muy divertidas y estimulantes.
Además del cierre de tus revistas ¿cuál fue el momento más traumático que viviste durante aquella época?
El día que cerramos la oficina. Un amigo ya desaparecido, Carlos Hernández se llevó los muebles para guardarlos en una casa muy grande que tenía. Años después Carlos murió y quizás los muebles todavía estarán ahí, esperándonos. El haber tenido que cerrar nuestras publicaciones fue una catástrofe, sobre todo en su aspecto económico, pero si no hubiera sucedido eso no hubiéramos hecho ni los Sep Setentas ni la revista Siete, así que podemos ver ese episodio como un percutor. Despojarlo de su significado siniestro y fijarlo como algo incómodo, sucio, arbitrario y abusivo que logramos convertir en un nuevo punto de partida.
¿Qué se sentía tener entre tus lectores a Echeverría?
Una gran sorpresa. A Echeverría lo había conocido poco antes de que iniciara su campaña como candidato a la Presidencia. Me las arreglé para diseñar y hacer toda la propaganda impresa de la misma, y en una gira en que acompañé a su comitiva, me sorprendió que en más de 16 horas el licenciado Echeverría no había ido al baño. Le pregunté cómo lograba ese control tan extraordinario, y me dijo con una sonrisa: Las expectativas, Gustavo, las expectativas. Claro que de ese comentario a la mañana que me llamó personalmente para preguntar por qué no había salido la revista Siete, pues fue más que una sorpresa un susto mayúsculo, pues ni en mis sueños había pensado que al señor Presidente de la República podía interesarle nuestra publicación, que estaba pensada para estudiantes de educación secundaria.
¿Qué hay de José Agustín? ¿Por qué sólo aparecen alusiones despectivas a su persona en el libro? ¿Así se llevan?
No recuerdo haber hablado de José Agustín en este libro porque él no nos acompañó en esta aventura, aunque si en muchas otras. José Agustín es un gran escritor, muy dinámico y energético. Lo conocí cuando apenas había publicado La tumba. Ambos éramos estudiantes en el Centro de capacitación Cinematográfica de la UNAM, y tomábamos una clase con Sam Peckinpah, el extraordinario director de The wild bunch. Quizás en los capítulos de Eduardo se le menciona, como te digo no recuerdo.
Pero siempre me da mucho gusto leer lo nuevo que publica, encontrarlo, interactuar con él, saber de él. Me produce indudable orgullo saberme su amigo.
¿Con qué te quedarías de todas esas experiencias?
Qué pregunta más difícil. En realidad cada capítulo que me mandaba Eduardo provocaba en mí una propensión a la concentración, una excavación profunda en la memoria, y un gozo intenso al recordar determinado episodio, que me precipitaba a transcribir. Mi abuelita que era muy sabia y que me dijo muchas cosas que norman mi vida y nunca olvidaré, me dijo también que el sentido de la vida es precisamente sobrevivir en las situaciones hostiles. Sobrevivir calmadamente, sin sobresaltos, razonando siempre, como si se tratara de un juego de ajedrez. En este sentido me encanta Manning, el core back del equipo de futbol de Indiana, los Colts, que no importa si va perdiendo, si no puede hacer nada, o si va ganando arrolladoramente, él siempre está frío, calmado, y puede organizar su juego con precisión de relojero. Ahora bien, si tuviera que razonar en qué me sirvió ese periodo determinado, te diría que me ayudó al conocimiento de mis propias emociones, que me enseñó la capacidad de controlar mis emociones, la capacidad para controlarme a mí mismo, el reconocimiento de las emociones ajenas y el control de las relaciones.
¿Sigues siendo favorecido en el amor?
La persona enamorada que se siente correspondida se siente feliz. La realidad se vuelve significativa y estimulante mientras esa correspondencia continúe activa. Consecuencia: hay que vivir enamorado, saber combinar lo hedónico con lo afectivo, la convivencia con los proyectos creadores y la fecundidad compartida. Italo Calvino lo dice de una manera muy bella. De las muchas teorías hay una que implica que el infierno está aquí, y nosotros estamos en él. Entonces, sigue más o menos Calvino, el arte de vivir consiste en encontrar a esas personas que no son infierno, y tratar de interactuar con ellas y de vivir a su lado. Durante la etapa del enamoramiento uno se siente más locuaz, más animoso y más brillante. Yo siempre quiero vivir enamorado.
¿Por qué últimamente te ha dado por escribir a cuatro manos? ¿Tiene algún atractivo en particular?
Seguramente te refieres a otra novela escrita en colaboración titulada A rienda suelta. Esta novela la escribí con una amiga que hace muchos años era mi estudiante en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ella se llama Alma Lilia Joyner, y también por Internet decidimos hacer una novela en común. Esto es como llevar la escritura a un estatuto de juego. Tú tiras, yo tiro. Es como una cocina de la escritura. Tú desarrollaste un episodio y yo te digo que le hace falta estragón y unos granos de sal. O tú me lo dices a mí. La novela A rienda suelta es un libro de jóvenes preparatorianos que escuchan rock y viven con familias disfuncionales. Pero no sólo hago novelas en colaboración, que también de alguna manera, cuestionan el concepto de autor. También escribo mis propias novelas. Después de A troche y moche, que ganó el Premio Colima y el Primer Premio México Québec, he terminado otro libro, que espero aparezca este 2007. Tú me entrevistaste en ocasión de la salida de A troche y moche, lo que te agradezco mucho. Cuando hicimos esa entrevista te vi por primera vez. Recientemente la editorial Alfaguara me la acaba de devolver, con el pretexto tan irrazonable como razonable, de que no se vende. ¿Pero no se trata de que los escritores escriban y los editores y los libreros vendan?
¿Qué escribes actualmente?
Estoy desarrollando una nueva novela con una amiga, he escrito un par de libros para niños y una novela que mandé a un famoso concurso y que debo mantener en secreto, por lo menos hasta que se sepa que no gané. Tengo demasiados asuntos que me gustaría desarrollar de una manera narrativa. Pero también tengo dos hijos, dos clases que ofrecer, tesis que dirigir, películas que mirar, y sobre todo cientos, miles de nuevos libros que estoy desesperado por leer. Por cierto que acabo de iniciar Un soplo de vida, el libro póstumo de Clarece Lispector. Imagínate un libro que comienza así: “Esto no es una lamentación, es el grito de una ave de rapiña. Irisada e inquieta. Un beso en la cara muerta”.
Algo que quisieras agregar…
Me gustaría que este diálogo pudiera continuar indefinidamente. Creo que fluye con interés. Es secuencial y lo estamos llevando a cierto paralelismo. Me gustaría seguir cuestionando la lengua en mis quehaceres narrativos, enfrentándome a la complejidad, intentando conjugar lo universal con lo concreto, lo científico con lo estético, lo racional con lo poético, lo riguroso con lo sentimental, lo occidental con las otras culturas, la extensión con la profundidad, lo moderno con lo posmoderno. Pensar en bloque y escribir en línea. Argumentar en línea y expresar en bloques. Sería fantástico llegar a escribir otros libros más. Claro, luego vendría el problema de publicarlos. A ver quién se anima. Aunque si se publican luego viene la maravilla del encuentro con un lector, o lectora que nació 40 años después que tú, o más. Y ese encuentro genera otra conversación, una estimulante conversación.
¿Qué intenta expresar el título de la obra?
La historia que contamos es una historia de encuentros felices, con el trabajo realizado, con los amigos, con la comida, con los proyectos, con las amadas mujeres. Se cuentan unos años, o meses de felicidad y desencuentros, pero donde todos los que intervienen tienen el deseo de hacer cosas. Las maneras de fracasar son múltiples, como las maneras de triunfar. Lo espantoso sería que no pasara nada. Lo que más tememos como seres humanos en una anestesia afectiva. Lo bueno y lo malo que nos sucede son las sensaciones elementales, y la vida es un juego ¿o no?
¿Hubo algún acuerdo para que Eduardo Mejía narrase en segunda persona y tú en primera? ¿Por qué ese recurso?
En realidad no hubo ningún acuerdo. Así fue desarrollándose. Y lo extraño es que yo ni siquiera me había dado cuenta, hasta ahora que tú lo señalas. Cada capítulo que me mandaba Eduardo me hacía evocar otros acontecimientos que yo me apresuraba a contar. Más o menos hacíamos un capítulo cada uno de nosotros por cada semana. Y si bien yo abolí la puntuación o cambié todos los signos gramaticales por comas, Eduardo siguió una puntuación ortodoxa, tradicional. Ocasionalmente él se adelantaba, o yo, y teníamos tres capítulos sin respuesta, pero pronto nos alcanzábamos, yo en Bloomington, Indiana y él en ciudad de México.
¿Por qué un escritor joven y afamado decide editar una revista para caballeros y que aprendizaje vital e intelectual obtuvo de la experiencia?
Pienso que un escritor es sólo escritor mientras escribe, y el resto del tiempo puede tener una tienda de granos, como tenía Jaime Sabines, o un puesto diplomático, como tantos destacados intelectuales de nuestro país. A mí me gustan mucho las revistas. Colecciono muchas, leo muchas, y sueño con seguir haciendo revistas, diagramándolas, planeando su distribución y sigo haciéndolas. ¿Conoces Transgresiones? Es mi más nuevo proyecto, aunque también estoy por publicar una revista virtual. Este es un espacio muy corto para desarrollar qué aprendizaje vital e intelectual obtuve de esa experiencia, resultado que se puede más o menos leer en la novela que nos ocupa, pero además de la interacción con admirables personas, y un conocimiento pormenorizado de muchos aspectos de la historia, la sociología, la antropología, la economía, la literatura y la fotografía y el dibujo en México, indudablemente marcó mi carácter y mi manera de ser hasta nuestros días, 35 años después de los acontecimientos narrados.
Señalas en tu libro que siendo Octavio paz embajador en la India, ibas a recogerlo al Hotel María Cristina, casualmente el mismo adonde te hospedas cuando vienes a México. ¿Te transmitió Paz ese hábito? ¿Lo recuerdas cuando estás ahí?
El hotel María Cristina es un lugar preferido por los intelectuales. Ahí he ido a recoger o a visitar a personajes como Graham Greene, Malcolm Muggerige, Alain Robbe-Grillet, Michel Butor, Gunther Grass, Enrique Pezoni, Italo Calvino, Manuel Mujica Láinez y muchos otros. En estos últimos años he coincidido ahí muchas veces con Sergio Pitol y con muchos buenos amigos académicos de universidades norteamericanas y europeas. Es un hotel pequeño, amable, con un bello jardín y un espléndido y sabroso restorán. Además por sus dimensiones parece un hotel europeo. Tiene una bella escalera, y el personal es casi el mismo que había hace 35 años, y para ahora somos grandes amigos. A Octavio Paz lo traté mucho, pues éramos casi vecinos, vivíamos a cuatro calles de distancia y él no tenía coche, así que yo lo llevaba a sus conferencias en el Colegio Nacional, o al Fondo de Cultura o adonde tuviera que ir, y comíamos juntos una vez por semana como mínimo. Recuerdo a Octavio casi todos los días de mi vida, no sólo cuando estoy en el hotel María Cristina. Su lección es imprescindible y la mayor parte de su trabajo es contundentemente vigente.
¿Ya entonces Elena Poniatowska trabajaba en su novela de ferrocarrileros?
Ese proyecto en efecto data de esa época. Fue entonces cuando Elenita hizo las entrevistas con Demetrio Vallejo que la trastornaron más de la cuenta. Yo le presté el libro Juan del Riel, de José Guadalupe de Anda, que es una de las primeras novelas de ferrocarrileros, y discutimos mucho José Trigo, que tiene dos excelentes capítulos sobre el mismo tema. En esa época Elena me invitaba a comer a su casa, que estaba muy cerca de Ciudad Universitaria, y pasábamos sobremesas muy divertidas y estimulantes.
Además del cierre de tus revistas ¿cuál fue el momento más traumático que viviste durante aquella época?
El día que cerramos la oficina. Un amigo ya desaparecido, Carlos Hernández se llevó los muebles para guardarlos en una casa muy grande que tenía. Años después Carlos murió y quizás los muebles todavía estarán ahí, esperándonos. El haber tenido que cerrar nuestras publicaciones fue una catástrofe, sobre todo en su aspecto económico, pero si no hubiera sucedido eso no hubiéramos hecho ni los Sep Setentas ni la revista Siete, así que podemos ver ese episodio como un percutor. Despojarlo de su significado siniestro y fijarlo como algo incómodo, sucio, arbitrario y abusivo que logramos convertir en un nuevo punto de partida.
¿Qué se sentía tener entre tus lectores a Echeverría?
Una gran sorpresa. A Echeverría lo había conocido poco antes de que iniciara su campaña como candidato a la Presidencia. Me las arreglé para diseñar y hacer toda la propaganda impresa de la misma, y en una gira en que acompañé a su comitiva, me sorprendió que en más de 16 horas el licenciado Echeverría no había ido al baño. Le pregunté cómo lograba ese control tan extraordinario, y me dijo con una sonrisa: Las expectativas, Gustavo, las expectativas. Claro que de ese comentario a la mañana que me llamó personalmente para preguntar por qué no había salido la revista Siete, pues fue más que una sorpresa un susto mayúsculo, pues ni en mis sueños había pensado que al señor Presidente de la República podía interesarle nuestra publicación, que estaba pensada para estudiantes de educación secundaria.
¿Qué hay de José Agustín? ¿Por qué sólo aparecen alusiones despectivas a su persona en el libro? ¿Así se llevan?
No recuerdo haber hablado de José Agustín en este libro porque él no nos acompañó en esta aventura, aunque si en muchas otras. José Agustín es un gran escritor, muy dinámico y energético. Lo conocí cuando apenas había publicado La tumba. Ambos éramos estudiantes en el Centro de capacitación Cinematográfica de la UNAM, y tomábamos una clase con Sam Peckinpah, el extraordinario director de The wild bunch. Quizás en los capítulos de Eduardo se le menciona, como te digo no recuerdo.
Pero siempre me da mucho gusto leer lo nuevo que publica, encontrarlo, interactuar con él, saber de él. Me produce indudable orgullo saberme su amigo.
¿Con qué te quedarías de todas esas experiencias?
Qué pregunta más difícil. En realidad cada capítulo que me mandaba Eduardo provocaba en mí una propensión a la concentración, una excavación profunda en la memoria, y un gozo intenso al recordar determinado episodio, que me precipitaba a transcribir. Mi abuelita que era muy sabia y que me dijo muchas cosas que norman mi vida y nunca olvidaré, me dijo también que el sentido de la vida es precisamente sobrevivir en las situaciones hostiles. Sobrevivir calmadamente, sin sobresaltos, razonando siempre, como si se tratara de un juego de ajedrez. En este sentido me encanta Manning, el core back del equipo de futbol de Indiana, los Colts, que no importa si va perdiendo, si no puede hacer nada, o si va ganando arrolladoramente, él siempre está frío, calmado, y puede organizar su juego con precisión de relojero. Ahora bien, si tuviera que razonar en qué me sirvió ese periodo determinado, te diría que me ayudó al conocimiento de mis propias emociones, que me enseñó la capacidad de controlar mis emociones, la capacidad para controlarme a mí mismo, el reconocimiento de las emociones ajenas y el control de las relaciones.
¿Sigues siendo favorecido en el amor?
La persona enamorada que se siente correspondida se siente feliz. La realidad se vuelve significativa y estimulante mientras esa correspondencia continúe activa. Consecuencia: hay que vivir enamorado, saber combinar lo hedónico con lo afectivo, la convivencia con los proyectos creadores y la fecundidad compartida. Italo Calvino lo dice de una manera muy bella. De las muchas teorías hay una que implica que el infierno está aquí, y nosotros estamos en él. Entonces, sigue más o menos Calvino, el arte de vivir consiste en encontrar a esas personas que no son infierno, y tratar de interactuar con ellas y de vivir a su lado. Durante la etapa del enamoramiento uno se siente más locuaz, más animoso y más brillante. Yo siempre quiero vivir enamorado.
¿Por qué últimamente te ha dado por escribir a cuatro manos? ¿Tiene algún atractivo en particular?
Seguramente te refieres a otra novela escrita en colaboración titulada A rienda suelta. Esta novela la escribí con una amiga que hace muchos años era mi estudiante en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ella se llama Alma Lilia Joyner, y también por Internet decidimos hacer una novela en común. Esto es como llevar la escritura a un estatuto de juego. Tú tiras, yo tiro. Es como una cocina de la escritura. Tú desarrollaste un episodio y yo te digo que le hace falta estragón y unos granos de sal. O tú me lo dices a mí. La novela A rienda suelta es un libro de jóvenes preparatorianos que escuchan rock y viven con familias disfuncionales. Pero no sólo hago novelas en colaboración, que también de alguna manera, cuestionan el concepto de autor. También escribo mis propias novelas. Después de A troche y moche, que ganó el Premio Colima y el Primer Premio México Québec, he terminado otro libro, que espero aparezca este 2007. Tú me entrevistaste en ocasión de la salida de A troche y moche, lo que te agradezco mucho. Cuando hicimos esa entrevista te vi por primera vez. Recientemente la editorial Alfaguara me la acaba de devolver, con el pretexto tan irrazonable como razonable, de que no se vende. ¿Pero no se trata de que los escritores escriban y los editores y los libreros vendan?
¿Qué escribes actualmente?
Estoy desarrollando una nueva novela con una amiga, he escrito un par de libros para niños y una novela que mandé a un famoso concurso y que debo mantener en secreto, por lo menos hasta que se sepa que no gané. Tengo demasiados asuntos que me gustaría desarrollar de una manera narrativa. Pero también tengo dos hijos, dos clases que ofrecer, tesis que dirigir, películas que mirar, y sobre todo cientos, miles de nuevos libros que estoy desesperado por leer. Por cierto que acabo de iniciar Un soplo de vida, el libro póstumo de Clarece Lispector. Imagínate un libro que comienza así: “Esto no es una lamentación, es el grito de una ave de rapiña. Irisada e inquieta. Un beso en la cara muerta”.
Algo que quisieras agregar…
Me gustaría que este diálogo pudiera continuar indefinidamente. Creo que fluye con interés. Es secuencial y lo estamos llevando a cierto paralelismo. Me gustaría seguir cuestionando la lengua en mis quehaceres narrativos, enfrentándome a la complejidad, intentando conjugar lo universal con lo concreto, lo científico con lo estético, lo racional con lo poético, lo riguroso con lo sentimental, lo occidental con las otras culturas, la extensión con la profundidad, lo moderno con lo posmoderno. Pensar en bloque y escribir en línea. Argumentar en línea y expresar en bloques. Sería fantástico llegar a escribir otros libros más. Claro, luego vendría el problema de publicarlos. A ver quién se anima. Aunque si se publican luego viene la maravilla del encuentro con un lector, o lectora que nació 40 años después que tú, o más. Y ese encuentro genera otra conversación, una estimulante conversación.